Mis compañeros apelaron a la necesidad de dotar de una cierta solidez normativa a ese lenguaje (o, mejor dicho, tal como aclararon, registro). En vez de rebatirles con sus mismas armas, me fui por los cerros de Úbeda. Con lo fácil que hubiera sido atarlos en corto diciéndoles que, precisamente, a causa del contexto en el que en su día nació ese registro, es un auténtico dislate pretender ponerle puertas. El principio fundamental de esta era tecnológica en la que nos hallamos es la libertad, por lo que, por encima de cualquier otra consideración, si hacemos caso de las arbitrarias normas que ambicionan imponer esos adultos repipis que han elaborado el capítulo del libro de lengua castellana, además de cargárnosla en un pis pas, estaríamos eliminando de un plumazo buena parte de los logros de esa “sociedad del bienestar digital”. Eso por no hablar de la obsolescencia implícita a las mismas. Han nacido demasiado tarde. Habrían tenido un cierto sentido –por razones estrictamente económicas– si hubieran surgido con los mensajes de pago del SMS, como antaño ocurrió, por ejemplo, con los telegramas. Sin embargo, ahora que disponemos de whatsApp y podemos escribir cuanto queramos y cómo nos dé la gana sin coste alguno ya no tienen ninguna razón de ser. Su papel es el mismo que el de los cursos de formación para desempleados o el de la mayoría de las ONG’s. Solo sirven para favorecer, bien sea con remuneraciones pecuniarias o satisfaciendo un errado prurito altruista, a quienes las han creado.
No olvidemos tampoco que esas normas van dirigidas a un público adolescente, que, al fin y al cabo, en su manera de comunicarse no hace más que traducir su periodo de rebeldía y que, como bien arguyen los expertos, juega a poner diferencias generacionales. Querámoslo o no, su anhelo es el de implantar una jerga que los distinga de los adultos. Por eso, basta que estos se inmiscuyan en sus asuntos para que se destape la caja de Pandora. En definitiva, queridos compañeros, creo sinceramente que en esta ocasión quienes habéis pecado de reaccionarios sois vosotros.