1 de nov. 2013

DECISIONES IMPOPULARES

Foto: Daniel Ochoa de Olza
En una tertulia literaria a la que asisto sin falta una tarde de domingo al mes, una amiga que lleva trabajando media vida de enfermera en un conocido hospital barcelonés plantea el siguiente dilema: “Mi compañera del turno de noche y yo tenemos la certeza de que en el último mes duerme en la planta un señor de avanzada edad, cuidado aspecto y modales impecables que no es familiar de ningún paciente sino otra víctima más de la crisis. Al margen de su discreción y disimulo, actúa con sobrecogedora dignidad, dedicando una parte del tiempo a resolver el crucigrama de La Vanguardia, y no hay mañana en la que no se asee en el lavabo de enfrente de la sala de espera. Nos falta coraje para llamarle la atención y hacemos la vista gorda porque, al fin y al cabo, su presencia no resulta nada molesta, pero también somos conscientes de que esta situación no se puede prolongar por más tiempo. ¿Qué haríais vosotros si estuvierais en mi lugar?”.
Nadie se atreve a proponer una solución apresurada porque desde el principio ha quedado claro que se trata de un problema poco menos que irresoluble. Ahora bien, creo que en el fondo todos sentimos el mismo deseo punzante de decirle que lo mejor es seguir como hasta ahora, enarbolando la bandera de la inacción, no en vano, pese a lo excepcional de las circunstancias, todo parece fluir con naturalidad. Perdonadme el momento zen pero, qué caray, tengo la corazonada de que obstaculizar caprichosamente una corriente energética favorable no es lo más indicado. Los recientes berenjenales en que se han metido dos de las más reputadas instituciones de esta ciudad por asuntos que guardan un cierto paralelismo así lo aconsejan. Por más vueltas que le doy, a medida que pasan los días más me avergüenza el veto del ayuntamiento de Barcelona al cartel con que debía anunciarse la exposición de la última edición del World Press Photo, un retrato del torero tuerto Juan José Padilla. Todo por ese afán de nuestros representantes municipales de llevar hasta la absurdidad su cansina cruzada antitaurina. Me pregunto si en su delirio no habrán confundido la velocidad con el tocino. Asimismo, no creo que sea necesario ser socio para sonrojarse con esa norma que se han sacado de la chistera los dirigentes del FC Barcelona para prohibir la entrada gratuita al Camp Nou a los menores de siete años. Por no hablar de las declaraciones de su presidente, quien, demudado una vez más en el mayor enemigo de sí mismo, sigue alejándose de la masa social que en otro tiempo vio en él a un salvador: “Soy el primero que está en contra de esta norma. Pero prefiero un titular que diga ‘Rosell no deja entrar a los niños’ a otro que anuncie que ‘Rosell ha matado a un niño’. Parafraseando a una antigua estrella blaugrana de raíces teutonas que se pasó al eterno rival, “no hase falta desirrr nada más”.
Creo sinceramente que las decisiones impopulares no existen. El calificativo “impopular” es un puro eufemismo para evitar hablar directamente de decisiones estúpidas. Claro que, pensándolo mejor, me temo que la estupidez y la impopularidad siempre van cogidas de la mano. Una decisión no puede ser impopular si antes no es estúpida.
Volviendo a mi amiga la enfermera, sin ninguna duda la mejor solución es la que le propuso su marido cuando le comentó el asunto: “Si por mí fuera, no sólo dejaría dormir a ese buen hombre en la sala de espera todas las noches que quisiera sino que, además, le llevaría un vaso de leche y unas galletitas”.


P.D.: Otro post huérfano y díscolo.